Cómo evitar el desamparo y la indefensión aprendida en tu hijo
Hay frases que se graban en el alma de un niño:
“Da igual lo que haga, nada cambia.”
“Siempre lo hago mal.”
“Para qué voy a intentarlo si mamá se enfada igual.”
Eso, dicho o no dicho, es el principio del desamparo.
Y cuando ese sentimiento se repite, nace algo aún más peligroso: la indefensión aprendida.
Es cuando el niño deja de intentar, de expresarse, de decidir…
porque ha aprendido que sus acciones no sirven de nada.
Y ahí, sin darnos cuenta, se apaga la chispa de la autonomía.
No nace indefenso, se entrena para serlo.
Tu hijo no nace con miedo
Pero si crece en un entorno donde se le juzga más de lo que se le escucha,
donde se le corrige más de lo que se le valida, donde se le agrede sin poderse defender…
el niño empieza a desconectarse de su propio poder interno.
Anthony de Mello lo diría así:
“El sufrimiento comienza cuando dejamos de ver las cosas como son y empezamos a creer lo que nos contaron.”
Tu hijo no nace con miedo,
nace con curiosidad.
Pero cuando su entorno reacciona con enfado, sobreprotección o indiferencia,
aprende a no confiar ni en lo que siente ni en lo que puede hacer.
No nace indefenso, se entrena para serlo.
Tu hijo no nace con miedo
Pero si crece en un entorno donde se le juzga más de lo que se le escucha,
donde se le corrige más de lo que se le valida, donde se le agrede sin poderse defender…
el niño empieza a desconectarse de su propio poder interno.
Anthony de Mello lo diría así:
“El sufrimiento comienza cuando dejamos de ver las cosas como son y empezamos a creer lo que nos contaron.”
Tu hijo no nace con miedo,
nace con curiosidad.
Pero cuando su entorno reacciona con enfado, sobreprotección o indiferencia,
aprende a no confiar ni en lo que siente ni en lo que puede hacer.
La pirámide de Maslow y la raíz del desamparo
Abraham Maslow explicó que todos los seres humanos tenemos cinco niveles de necesidades: fisiológicas, de seguridad, de amor y pertenencia, de estima y de autorrealización.
Y cuando las más básicas no se satisfacen, las superiores se bloquean.
Un niño que no se siente seguro ni amado no puede concentrarse, aprender o ser autónomo.
Su cerebro se queda atrapado en los primeros peldaños de la pirámide:
sobrevivir y buscar protección.
➡️ Necesidades fisiológicas: descanso, comida, calor, contacto físico.
➡️ Necesidad de seguridad: saber que su entorno es estable y que sus emociones no serán motivo de castigo.
➡️ Necesidad de amor y pertenencia: sentir que, pase lo que pase, tiene un lugar.
➡️ Necesidad de estima: descubrir que puede, que vale, que tiene impacto.
➡️ Autorrealización: la libertad de ser quien realmente es.
Cuando criamos desde el miedo o el exceso de control, el niño vive en los dos primeros niveles.
Pero cuando criamos desde la conciencia, le damos permiso para subir.
La conexión, el respeto y la confianza son los peldaños invisibles que le permiten alcanzar su plenitud.
También hay desamparo cuando falta protección
El desamparo no solo aparece cuando controlamos demasiado.
También surge cuando el niño no se siente escuchado o protegido en momentos clave.
Cuando le pasa algo doloroso y nadie lo abraza,
cuando cuenta que alguien le hizo daño —en casa o fuera— y no se le cree,
cuando percibe que “no hay adulto disponible”,
su sistema emocional entra en modo supervivencia.
Ese tipo de soledad —la emocional— deja huellas más profundas que cualquier castigo.
El niño aprende que su dolor no importa.
Y desde ahí, puede crecer en alerta, reprimiendo lo que siente o creyendo que tiene que soportarlo todo solo.
Proteger no es sobreproteger.
Es poner límites claros a quien daña, y presencia cálida donde hay miedo o vergüenza.
Cuando un niño siente que hay un adulto que lo ve, lo cree y lo cuida,
se apoya en una base emocional segura.
Y desde ahí, vuelve a confiar en el mundo.